El drama de María en Navidad, la comedora compulsiva de turrón y palmeras – اخبار مجنونة

El drama de María en Navidad, la comedora compulsiva de turrón y palmeras

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María es madrileña, tiene 52 años y trabaja en la hostelería. Esa es su vida. A partir de ahí, su drama.  A los nueve años ya era obesa. ¿La razón? Su debilidad, los dulces: las palmeras de chocolate durante todo el año y los turrones en Navidad. Algo normal, a priori, pero, a posteriori, un problema. Ha sido comedora compulsiva. Y, claro, lo ha pasado muy mal en Navidad. “A veces, incluso, me iba al baño a hablar con el resto de afectados para que me dieran su apoyo”. 




María, la comedora compulsiva de palmeras de chocolate: la enfermedad que nadie ve

Su rutina era preocupante. Cuando volvía del colegio solía parar por las cinco pastelerías que se cruzaba antes de llegar a casa para comprarse algún pastelito. Luego le decía a su madre que no tenía hambre. En el trabajo tenía bollitos en el cajón que se comía cuando nadie la veía. Siempre a escondidas. Ha llegado a comer comida caducada, prácticamente congelada o ha rescatado alguna de esas palmeras que tanto le gustan que había tenido que tirar previamente a la basura.  Cuando va al supermercado y huele a bollos recién horneados tiene que taparse la nariz y respirar por la boca. Siente taquicardias. El olor a dulce puede con sus fuerzas. María, nombre falso, está enferma. Es comedora compulsiva.

Como ella hay muchos otros. Todos tienen los mismos síntomas: no pueden parar de comer determinados alimentos cuando le dan un bocado, se dan atracones sin ninguna razón y sienten culpabilidad. Tanto es así, que, en muchas ocasiones cogen comida de la basura. El grupo Comedores Compulsivos Anónimos (Overeaters Anonymous, OA en inglés) nació en Estados Unidos en 1959 cuando su fundadora, Rozzane,  acompañó a un amigo suyo a una reunión de Jugadores Anónimos. 

María en la habitación que hace de sala de reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos.


María en la habitación que hace de sala de reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos.

“¿Por qué no crear una organización que ayude a los comedores compulsivos?”, se preguntó la mujer, que llevaba años sintiendo una obsesión por la comida. 21 años después ya se estaba creando un primer grupo en Madrid con aquellos interesados que creían que se encontraban en el camino de la compulsión por la comida. Hoy ya hay 56 grupos esparcidos por toda España. Uno de ellos está en el madrileño barrio de Malasaña y EL ESPAÑOL ha tenido la oportunidad de asistir a una de sus reuniones.

– Hola, soy David y soy comedor compulsivo

Este falso David asiste religiosamente a todas las reuniones de OA cada semana. El anonimato es una de las bases fundamentales de la asociación. Suelen utilizar nombres ficticios y ninguno sabe nada más allá de lo que se hable entre las cuatro paredes de la habitación. Junto a él, y rodeando una larga mesa llena de folletos y libros de ayuda, hay cerca de 15 personas que se reúnen cada semana para hablar de su trastorno. En este pequeño cuarto forrado de pósters de catequesis está prohibido mencionar nombres de alimentos. Es mejor evitar tentaciones. Algunos de los asistentes tienen un ligero sobrepeso, otros podrían pasar totalmente desapercibidos. Todos confían en un “poder superior” que les ayudará a vivir con el problema. Para unos se trata de Dios, para otros una simple energía. En Madrid ya existen alrededor de diez grupos esparcidos por toda la ciudad que se reúnen para compartir historias, escuchar, saber que no están solos y coger fuerzas para acabar con esa relación tóxica con la comida.

Numerosos folletos que explican características de la enfermedad que tanta gente sufre, pero casi nadie conoce.


Numerosos folletos que explican características de la enfermedad que tanta gente sufre, pero casi nadie conoce.

“La enfermedad no se puede curar, pero sí detener”

A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) haya reconocido este trastorno alimenticio, a día de hoy sigue siendo una patología comprendida por muy pocos. María la compara con la diabetes. “No se puede curar, pero sí detener”, cuenta. Muchas personas que la sufren quizás ni lo sepan. Los comedores compulsivos son adictos. Al igual que existen adictos al sexo, al alcohol, a las drogas o al tabaco… existen personas enganchadas a la comida. A diferencia de otras adicciones, esta se puede hacer un poco más cuesta arriba porque, ¿cuántas veces al día tenemos que sentarnos frente a un plato de comida o pasamos al lado de un restaurante? Se puede vivir prescindiendo de muchas otras adicciones, pero no sin comer.

Hasta los 29 años, María se sentía muy incomprendida. Había pasado por incontables endocrinos que le habían mandado todos los regímenes habidos y por haber. Desde la dieta de la piña hasta ansiolíticos. María lo había intentado todo. “Ansiedad”, esa era la respuesta que tenían todos los médicos ante su obsesión por comer. Una noche soñó que se moría. Su último deseo fue que le trajesen una bandeja llena de comida. Ni sus hijos ni su marido. Comida. “Llega un día que te da un click y te das cuenta de que está situación no es normal”, insiste. Con ese click María descubrió Comedores Compulsivos Anónimos hace más de 20 años. Desde aquel momento su vida dio un giro de 360 grados. Pocos han sido los días en los que ha vuelto a recaer en el dulce. Se tuvo que despedir de sus amadas palmeras de chocolate y los bollitos. No se pone edulcorante al café e intenta evitar la fruta al máximo para no caer en ese dulce atracón.

Las palmeras de chocolate son uno de los alimentos llave de María, la comedora compulsiva.


Las palmeras de chocolate son uno de los alimentos llave de María, la comedora compulsiva.

Tal vez un compañero de trabajo, un amigo, un familiar o incluso su pareja también sean comedores compulsivos. Otros trastornos alimenticios son más fáciles de detectar, como la anorexia o la bulimia, pero esta patología pasa muy inadvertida. La mayor parte de estos ataques incontrolados por comer no se aviva cuando hay gente delante. Ni tampoco va ligado a tener sobrepeso. Aquellos que la sufren “devoran” cuando están solos o incluso se esconden durante los atracones. Desgraciadamente, con esta enfermedad no solo se pierde el control de la comida, sino que a algunas de estas personas también han perdido trabajos, amigos, e incluso parejas. “He llegado a mentir y manipular a mis amigos y a mi familia. No quería quedar con nadie. Sólo quería comer”, asegura Leire, otra comedora compulsiva que se encuentra en recaída porque ha vuelto a comer uno de esos alimentos a los que tenía que abstenerse. Cada asistente tiene un alimento compulsivo o llave que abre las puertas a esa forma descontrolada de comer. En el caso de María son los dulces, especialmente las palmeras de chocolate, pero hay otras personas que pierden el control con productos tan simples como unas nueces, harina o zanahorias.

[Más información: Nomofobia: la adicción al móvil que también sufre Jordi Évole]

 “La comida se convierte en tu droga y tu vida se vuelve ingobernable”

¿Y qué hay detrás de tanta ansiedad por comer? Tristeza. Soledad. Aburrimiento. Enfado. Baja autoestima. En dos palabras: emociones. Para María se trata de un frío emocional cuyo abrigo es la comida. Este trastorno está fuertemente relacionado con la bulimia, pero no implica vomitar tras la comilona. Siempre va acompañado de un profundo sentimiento de culpabilidad. Los comedores compulsivos están inmersos en un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Normalmente no actúan porque tienen hambre, sino que son las emociones quienes dan el pistoletazo de salida para empezar a “devorar”. “En vez de llorar, comía. Era como mi anestésico. Me di cuenta de que había perdido mi propia libertad”, se sincera Belén, que a sus 19 años ya lleva dos años de abstinencia sin darse ningún atracón.

Empiezan a comer. Siguen comiendo. Se llenan. Siguen comiendo. Después se arrepienten. La culpabilidad les invade desde la cabeza hasta los pies. Y, finalmente, vuelven a comer. “Ya mañana me pongo a dieta. Y al día siguiente vuelve a pasar lo mismo. Te das cuenta de que deseas parar de comer, pero no puedes. La comida se convierte en tu droga y la vida se vuelve ingobernable”, expresa María.

María colocando el cartel de Comedores Compulsivos Anónimos (OA en inglés)  en la puerta de la habitación.


María colocando el cartel de Comedores Compulsivos Anónimos (OA en inglés) en la puerta de la habitación.

Ni dietas choque, ni ejercicio excesivo. Esta asociación tiene una solución totalmente diferente para esta “enfermedad progresiva” que se basa en los doce pasos originarios de Alcohólicos Anónimos, su primo hermano. El primero es reconocer la enfermedad y todos los siguientes están estrechamente relacionados con ese poder superior para que “nos haga volver a nuestro sano juicio”, según la página web de la asociación. Es importante crear nuevos hábitos y planes de comida, pero uno de los factores más importantes de ese proceso de recuperación es la figura del padrino o madrina. Se trata de una persona que lleva abstinente mucho tiempo y anima y motiva a alguno de sus compañeros para no caer en la tentación de esta “droga”. María recuerda una cena de Navidad en la que tuvo que llamar a su madrina para que la distrajera del poder hipnotizador del turrón. 

Para OA es muy importante que todos aquellos que crean sufrir este trastorno no tengan miedo de acudir a ellos.  Tras el metro ochenta de Rachel, su infinito cabello negro y sus ojos color cielo se esconde una persona que ha abandonado por un tiempo su vida en Boston debido a su enfermedad. Ahora está feliz aprendiendo español en Madrid. Son las ocho de la tarde. Se escucha el caer de las gotas en la calle. La reunión está a punto de acabar. Es el turno de Rachel. Parece que está rezando. Abre los ojos, mira a todos los asistentes y dice: “Tenía que elegir entre aceptar mi trastorno o dejar de vivir. No tenía otra opción. OA ha sido un milagro. Me ha salvado la vida”.

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